Conferencia dictada en Quito por el senador Jorge Enrique Robledo,de Colombia, sobre el tema de la seguridad alimentaria en la nueva Constitución ecuatoriana, 20 de noviembre de 2008.
Tomado de: Unidad Civica y Agraria -MOIR-
La comida es un bien especial. Tres teorías sobre el tema. Por un modelo agrario dual. En el mundo del “libre comercio” se concentra la producción y el comercio alimentario. Pretenden especializarnos en cultivos tropicales y que importemos de Estados Unidos la dieta básica. El modelo malayo de la gran plantación. El pretexto sanitarios para arruinar a los productores menores.
Mil gracias a Ecuador Decide y al Instituto de Estudios Ecologistas por está invitación y por permitirme estar en Ecuador, país donde me siento bien. En general me siento bien en todas partes, pero en Ecuador me siento un poquito mejor.
Voy a hacer una charla que se centra en el caso de Colombia, en el ambiente de la globalización, del neoliberalismo y del “libre comercio”. No me lo vayan a entender como que todo lo que diga no tiene nada que ver con el Ecuador. Lo que pasa es que cuando estaba preparando la charla, intenté con la gente de mi oficina llenarme de datos sobre Ecuador y después vi que era una irresponsabilidad, porque a cuenta de qué me voy a volver especialista en Ecuador en una semana o en diez días. Decidí entonces más bien referirme a cómo veo las cosas desde Colombia con reflexiones que pueden ser útiles en muchos aspectos para el caso de Ecuador, aun cuando pienso que serán los ecuatorianos los que deberán ver sus realidades y cómo trabajan los temas.
Qué es seguridad alimentaria
Se trata de hablar de soberanía alimentaria o de seguridad alimentaria, y desde ya les aclaro que voy a convertir en sinónimos los dos términos. Sobre el punto hay discusiones, pero digamos que yo entiendo por seguridad alimentaria lo que en general también se llama soberanía alimentaria. Voy entonces a manejar la idea de manera conjunta para facilitar las cosas.
Lo primero que quiero señalar, tan elemental que suele olvidarse, es la importancia de los alimentos. Los alimentos son un bien que no se parece a ningún otro de la sociedad. Si se acabaran los medicamentos en el mundo, sería un drama espantoso y seguramente morirían miles de millones de personas, pero probablemente la especie sobreviviría. Si se acabara la energía eléctrica, tal vez habría un desastre en la humanidad de proporciones inmensas, pero pienso que la humanidad sobreviviría y volvería a un proceso civilizatorio. Pero si se acabaran los alimentos, se extinguiría el género humano. Es la primera idea que deseo trasmitirles. Durante milenios, los seres humanos tuvimos para nuestra existencia única y exclusivamente una cantidad adecuada de alimentos. Y súmele a ella una lasca para despellejar un animal, y en algunos casos, ni eso. Hago mucho énfasis en el punto, porque a ratos, yo, que fui profesor, quisiera poner a estos jefes del neoliberalismo a escribir planas que consistieran en subrayar la importancia de la comida, de la agricultura, de los productos agropecuarios en la alimentación de los seres humanos. Es tal la confusión que hay en el mundo que a ratos se olvidan nociones tan elementales.
Hago sinónimos los términos soberanía y seguridad alimentaria utilizando el concepto usado por la FAO y presentando las dos situaciones que se discuten en estos debates. Puede haber alimentos y no dinero para adquirirlos. Esa es una posibilidad. El que no haya dinero suele depender de muchos factores. Para citar solo algunos, perdí el empleo, me enfermé, tantas cosas que pueden suceder. Pero hay otro aspecto, que es en el que quiero hacer hincapié, porque a mi juicio es la clave de esta discusión. Que haya dinero y no alimentos. No es común, pero puede suceder y es donde quiero poner el énfasis para insistir en la importancia de los alimentos como un bien diferente a los demás y en que en la historia de la Humanidad son bastante comunes los episodios en los cuales, habiendo recursos con que adquirir los alimentos, no hubo cómo adquirirlos. En Colombia es famoso el sitio de Cartagena, en plena guerra de Independencia frente a España. Entró en rebeldía Cartagena y las tropas del general Pablo Murillo rodearon la ciudad. Nuestros patriotas la defendieron con denuedo hasta que, muertos físicamente de hambre después de haberse comido los zapatos y los cueros de las sillas, tuvieron que rendirse. En la provincia de Orisa, cuando la India era colonia del imperio británico, unos cuantos especuladores ingleses acapararon todos los alimentos y le impidieron a la población nativa adquirirlos, porque elevaron a tal grado los precios que en cierto sentido es como si no existieran. Luego de la Segunda Guerra Mundial, fueron los europeos los que acuñaron los términos de seguridad o soberanía alimentaria, porque supieron lo que era no poder acceder a ella. Hay un célebre poema de Miguel Hernández, hecho canción por Serrat, llamado “Nanas de las cebollas”, que se refiere al caso de gente que solo se alimentaba de cebollas.
Con respecto a si se deben producir o no los alimentos en el territorio nacional, George W. Bush afirma con razón: “Es importante para nuestra nación cultivar alimentos, alimentar a nuestra población. ¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar a su población? Sería una nación expuesta a presiones internacionales. Sería una nación vulnerable. Y por eso, cuando hablamos de la agricultura (norte) americana, en realidad hablamos de una cuestión de seguridad nacional” (The Future Farmers of America, Jul.27.01, Washington). Y lo está diciendo el imperio más grande de la humanidad, que tiene dinero con que comprar los alimentos en cualquier confín de la Tierra y que cuenta con aviones y cañones con que ir por los alimentos a cualquier rincón. Subraya entonces el presidente de Estados Unidos que esto de la seguridad alimentaria es un problema de seguridad nacional. Que lo diga el presidente Bush prueba que nadie puede estar equivocado absolutamente todo el tiempo, pero eso no le quita racionalidad a lo que ha dicho.
Jacqueline Roodick, citando al Secretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos con respecto a lo que podría pasarle a un país que no atendiera oportunamente las orientaciones del Fondo Monetario Internacional, señaló: “Los activos extranjeros de un país serían apropiados por sus acreedores en todo el mundo: sus exportaciones confiscadas por los acreedores en cada puerto a donde llegasen, sus líneas aéreas no podrían operar y sus fuentes de bienes de capital y de repuestos, desesperadamente necesitadas, serían virtualmente eliminadas. En muchos países, incluso la importación de alimentos sería restringida. Una perspectiva bien poco agradable” (Roddick, Jacqueline, El negocio de la deuda externa, El Áncora Editores, p. 80, 1990).
Y hay un último dato bien interesante, por la positiva, porque se apoya en el hecho de que no es cierto que siempre y en todos los casos los alimentos estarán disponibles. Este es el debate de fondo. Miren ustedes: la ONU, la FAO, el Fondo Mundial Diversidad Cultivos, once instituciones agrícolas y 60 países acaban de construir en Noruega silos subterráneos y blindados para depositar en ellos tres millones de semillas de diversas especies. Y dice la información: con el ánimo de precaver a la humanidad en caso de guerra nuclear, impacto de asteroides, atentado terrorista masivo, pandemia, catástrofes naturales o cambio climático acelerado. ¿Será que en la FAO y estos 60 países no hay sino un poco de paranoicos, enfermos mentales que andan inventándose problemas que no existen y a quienes les dio un día la ventolera de crear una especie de banco primigenio de semillas ante riesgos como los que estamos mencionando? Les aseguro que de locos no tienen nada. Lo voy a explicar de otra manera. La posibilidad de que una guerra, un impacto de asteroides, un atentado terrorista masivo, una pandemia, una catástrofe natural o un cambio climático afecten los flujos internacionales de alimentos y arriesguen la existencia de los bancos genéticos en el mundo no es una probabilidad, sino una certeza. Lo que no se sabe es cuándo va a suceder dicho evento. Pónganle cien años, quinientos, mil, diez mil, cincuenta mil, un millón, los que quieran. ¿Y ustedes creen que es muy remota la posibilidad de que una catástrofe de tales dimensiones llegue a suceder? ¿Qué ocurriría si estallara un gran volcán en el centro oeste de Estados Unidos? ¿O si en un granero como Brasil o Argentina apareciera una plaga imposible de controlar? ¿Qué le pasaría a la posibilidad de la humanidad de alimentarse? Este es el debate que estamos planteando.
Tres teorías sobre el tapete
Hay varias posiciones en el debate. Nadie puede negar la importancia del problema de la posibilidad o no tener alimentos. Y como no puede negarse, existen básicamente tres teorías con respecto a la disponibilidad, y repito, estamos presuponiendo que haya dinero con que comprarlos. Vamos a suponer que habiendo dinero, no haya el producto alimenticio. Hay a mi juicio tres grandes posiciones con respecto a este problema de la disponibilidad. ¿Qué dicen los neoliberales? Sí, existe un problema de disponibilidad y los gobiernos tienen que preocuparse de que haya alimentos suficientes para alimentar a la población. Pero eso hay que analizarlo como un problema global. Es decir, no importa en qué sitio del mundo se produzcan los alimentos, puesto que los flujos del comercio internacional llevarán los alimentos a donde se necesiten. Los neoliberales descartan por supuesto el riesgo del ataque terrorista, de la pandemia, del volcán que estalla. No lo ven como un riesgo y suponen que los flujos de alimentos no se interrumpirán jamás. Y entonces lo que se necesita es que cada país produzca unos bienes que le permitan adquirir sus propios alimentos. En Colombia, durante las negociaciones del TLC, nos dijeron no importa que no haya trigo –hoy importamos todo el trigo–, ni que importemos tres millones de toneladas de maíz, ni que tampoco haya cebada, ni que el día de mañana no haya arroz producido en Colombia, porque exportamos petróleo, carbón y minería, que es en lo que nos están especializando, y con esas divisas les compramos a los gringos o a los argentinos el maíz y el trigo. Esta es en síntesis la teoría neoliberal. No niega, porque no puede, que hay un problema de disponibilidad en el cuál hay que pensar.
Segunda tesis, a la que llamaría, con todo cariño lo digo, una concepción de tipo campesinista. No nos metamos en discusiones globales, ni en eso del neoliberalismo, sostienen sus defensores. Lo importante es que cada campesino y cada indígena produzcan en su parcela toda su comida. Yo personalmente no me opongo a que se produzca harta comida en las parcelas de los indígenas y los campesinos. Pero aclaro, primero, que no es posible que el campesino o el indígena renuncien a la economía monetaria y establezcan una economía de tipo natural en la que no tengan necesidad de venderle al mercado. Cuando entran importaciones de maíz a Colombia, también están perjudicando a nuestros indígenas y a nuestros campesinos, porque ellos deberían tener el derecho de poder vender el maíz que consumimos en Bogotá. Y segundo, todavía más grave, si fuese cierto que el campesino pudiera aislarse y sobrevivir él solo del producto de su parcela y no necesitara de ninguna manera de la economía monetaria, esta especie de autarquía campesina no resolvería el problema alimentario de las zonas urbanas. Seguiríamos preguntándonos: y si estalla el famoso volcán, ¿qué comen en Bogotá? Pero además, ¿qué comen los obreros agrícolas que también viven en el campo y que no disfrutan de una economía de autosuficiencia porque son jornaleros de un empresario y se ven obligados a comprar sus alimentos? Luego, a mi juicio, la idea de que el campesino no debe preocuparse por la soberanía o la seguridad alimentaria o que simplemente tenemos que atenderlo en su producción del autoconsumo evade el problema de fondo.
Entonces, a mi juicio, hay que ver la solución como un problema de seguridad o de soberanía alimentaria con la lógica de lo nacional: que el país como un todo produzca en su territorio la mayor cantidad posible de sus propios alimentos. No quiere esto decir que no pueda importar nunca un grano de comida. No se trata de eso. Ni que no pueda exportar excedentes e incluso cierto tipo de bienes que se produzcan para exportación, como el café, en proporciones grandes. Pero sí que lo deseable, lo conveniente, es hacer el mayor esfuerzo para producir en el territorio nacional la dieta básica de la nación. Es a eso específicamente a lo que me estoy refiriendo. Unos países podrán cumplir mejor que otros y podrán procurarse el cien por ciento de su dieta básica. Otros el 70, otros el 60, otros solo el 10, como en Arabia Saudita, porque no dispone de tierras ni de aguas ni de productores. Esta debe ser la política, porque además es más sana a escala global que la de la especialización que nos están proponiendo. Es la única política que nos protege de un riesgo de catástrofe alimentaria a escala global. Es lo que es sano en una concepción armoniosa del mundo, complementaria entre los unos y los otros.
Un modelo dual
Y esa seguridad alimentaria, a la que llamo nacional, debe ser procurada en una parte muy importante por la producción campesina e indígena, pero también por la empresarial y la de los obreros agrícolas. Decía esta mañana en un programa de radio que nosotros no llegamos a estos países a escribir libros con sus páginas en blanco, sino adonde ya hay muchas páginas escritas. Hay una producción empresarial que desde ciertos puntos de vista presenta una serie de aspectos positivos. Hay también mucha gente que se gana la vida como obreros agrícolas de esos empresarios. Luego pienso que la seguridad alimentaria debe resolverse con una política dual, o sea, complementando una economía empresarial fuerte y respaldada por el Estado con una economía campesina e indígena fuerte y respaldada por el Estado. Y que tanto empresarios como campesinos e indígenas deben unirse en una propuesta de no auspiciar las importaciones agropecuarias, promoviendo en cambio entre todos esta política de seguridad alimentaria o de soberanía alimentaria nacional.
¿Cuál es la importancia de la economía campesina?
E incluyamos al pequeño empresario, no sé aquí cuántos haya, pero en Colombia son numerosos. Se parece al campesino, pero no lo es, porque tiene toda o parte de su instalación montada sobre mano de obra asalariada. La importancia social de lo campesino es obvia. Estamos hablando de millones de compatriotas, y cuando hablo de lo campesino incluyo lo indígena. Estamos hablando de fenómenos culturales de enorme importancia que no deben ser despreciados, porque son parte de nuestra cultura, y de muchos aportes positivos que debemos defender. En el caso de Colombia, ojo, la economía campesina produce el 70% de la riqueza agraria que se genera al año, y es probable que en Ecuador sea mayor. La economía campesina genera una cantidad descomunal de riqueza y sostiene en buena medida la seguridad alimentaria nacional. En Colombia, por ejemplo, una proporción muy grande del maíz, así y todo las importaciones, es de agricultura campesina, como casi toda la papa, y muchos bienes no transables en el mercado mundial como el plátano, la yuca, el ñame, la arracacha, varios tipos de frutas y verduras. Todo eso es agricultura campesina e indígena. E incluso el café, miren ustedes, paradójicamente, uno de los principales productos de exportación agrícola de Colombia, es casi en todos los casos agricultura campesina. Luego la tesis de que el campesino es un ser medio despreciable porque es ineficiente, incapaz, que no sabe hacer la cosas y todo lo hace mal, está negada por la propia experiencia nacional, porque es por esos campesinos y esos indígenas abandonados por el Estado, dejados a su suerte, sin asistencia técnica, sin créditos suficientes, oportunos y baratos, sin respaldo en vías, sin nada, que nosotros comemos. Bueno si se esfumaran los campesinos colombianos, así y todo las importaciones, tendríamos un problema de hambruna de proporciones mayúsculas.
Lo que hay que mirar es que la economía campesina funciona con una racionalidad diferente a la del empresario. Ahorita, cuando mencionemos el caso del pollo, vamos a ver cómo en muchos casos son altamente competitivos y por ello los quieren acabar con medidas sanitarias, porque no son capaces de hacerlo en la competencia franca. Buena parte de las medidas sanitarias, y lo anticipo desde ya, es con lo que voy a terminar la charla, son trucos para perseguir a los campesinos e indígenas, porque no son capaces de derrotarlos en la competencia capitalista. En su racionalidad, ellos tienen unas ventajas de las que carece el empresario. Cuando en Colombia sobrevino la crisis cafetera tras el rompimiento del Pacto Internacional del Café, nuestros campesinos resistieron mucho mejor que los empresarios, particularmente los empresarios pequeños, y ahora están saliendo del negocio hasta los empresarios grandes, que no logran competir con los costos de la producción campesina. Luego hay que mirar sin dogmatismos el problema y ese cuento de que solo importan el empresario y la gran maquinaria. Nuestros campesinos nariñenses del trigo, con todo y lo ineficientes que sean, ineficientes, digo, en los términos de estos hechos relativos que estoy mencionando, producen trigo más barato que los agricultores norteamericanos. Los arruinan es porque los subsidios a los agricultores norteamericanos no les permiten competir. Ahora si ustedes van y examinan la productividad por hectárea, encuentran que la de estos campesinos puede ser inferior. Pero es que aquí estamos hablando de competitividad. Yo puedo producir menos trigo por hectárea, pero más barato que el que produce más, porque hay otros factores en juego.
El mundo del “libre comercio” y los alimentos
Qué dice el “libre comercio” sobre los alimentos. Estamos en el mundo del “libre comercio”. Son varias ideas que paso a señalar muy brevemente. Primera, el “libre comercio” concentra comercio y producción con la falacia de las competitividades y las eficiencias. Concentra la producción en unos cuantos países y concentra el comercio en manos de unas grandes trasnacionales y que los demás nos pasemos la vida intercambiando cosas de una manera absurda, bienes que podríamos producir. Es medio inconcebible que uno se la pase intercambiando cosas de un sitio a otro cuando son los mismos tipos de bienes. Porque no tiene discusión que yo importe tractores cuando no los produzco, pero es un disparate importar el maíz, que es de las pocas cosas que soy capaz de producir. Entonces, primera idea de la globalización: concentrar producción y comercio, sobre todo en manos de poderosísimas trasnacionales, con el juego de las importaciones y las exportaciones, y poner las exportaciones como el Dios de la humanidad. Paradójicamente, entre paréntesis, a los países a los que les va a ir menos mal en esta crisis global pavorosa que se nos viene es a aquellos que menos dependen de las exportaciones para sostener sus economías.
Segunda idea: concentrar ciencia. Han ido convirtiendo el desarrollo científico y tecnológico, al cual no me opongo, en un instrumento para sacar a los competidores del mercado. Me refiero especialmente al caso de las semillas transgénicas. No voy a entrar en la discusión, porque ese es un debate complejo en términos tecnológicos, de si debe haber o no agricultura con semillas transgénicas. No. Me voy a referir a un punto más relacionado con esta charla y es el del monopolio sobre la semilla. En términos de soberanía alimentaria hay problemas muy graves y es que no puede haber cosa peor para una política de soberanía alimentaria que carecer de semillas. No puede haber amenaza de mayor hambre para una economía campesina o indígena que dejarla sin semillas. Buena parte de esas hambrunas pavorosas de África se explican porque los campesinos, en su miseria, lo último que hicieron fue comerse sus semillas. Ese día quedaron condenados también a morirse de hambre.
Las trasnacionales no buscan concentrar cualquier agricultura y ganadería. No, la de bienes estratégicos de la dieta básica, el otro concepto que hay que introducir aquí. Todo es comida, pero no todo es dieta básica ni alimentos estratégicos. No es lo mismo producir café que trigo. Aquí me estoy tomando un tinto delicioso, pero si el mundo se queda sin café, no nos vamos a morir de hambre, pero si se queda sin trigo y sin maíz, sí. Entonces hay que analizar a fondo el asunto, porque en el caso de Colombia lo que pretenden imponernos es que nos especialicemos en cultivos tropicales, que no son dieta básica, y que les importemos a los gringos los cereales y los cultivos fundamentales, que sí son dieta básica. Aquí hay todo un pleito que montar en términos de soberanía alimentaria. Estamos hablando de alimentos fundamentales para la dieta y no me quiero ni imaginar el día de mañana, en Colombia, uno almorzando con un banano, una taza de chocolate, un chorro de aceite de palma y unas flores en la esquina de la mesa, porque todo lo demás se desapareció.
El modelo malayo
El modelo neoliberal incluye lo que un ministro colombiano bien lenguaraz llamó sacando pecho el modelo malayo. Malasia es un país de plantación especializado en palma africana con un modelo de hacienda de cien mil hectáreas en promedio. El modelo malayo es el modelo del capital trasnacional tomándose el agro y los productos de agroexportacion. No es raro que sea en Malasia, donde hay un monarca corrupto que no admite ningún tipo de discusión democrática. En ese modelo malayo no existe la economía campesina. Pero, ojo con esto, ese es el sueño, pero no necesariamente se trata de no poderle sacarle partido a la economía campesina, porque, como vamos a ver, esa es una economía que tiene muchas posibilidades de competir y el neoliberalismo pueda abarcarlo y ponerla a sus servicio, como ocurre con el café en Colombia. Pero lo que ellos sí prefieren es el modelo de la trasnacional, del gran capital, de la gran plantación. Aunque también pueden operar con economías campesinas en ciertos y determinados productos, dependiendo de las necesidades y las circunstancias.
Cuál es el lío que tienen. Y aquí entro al punto del riesgo de la inocuidad y de todas estas normas sanitarias que se están planteando ahora. Ya lo mencioné. Nuestros campesinos y nuestros indígenas son bastante más resistentes a la competencia de lo que uno piensa. Es una de las virtudes que a mí en las luchas agrarias me ha impresionado. Entré a las luchas agrarias convencido de que el campesino y el indígena eran extremadamente frágiles y que se quebraban con mucha facilidad, pero resulta que no, son unos tigres para competir. En buena parte por una razón muy dolorosa, porque compiten por hambre. Cuando se caen los precios, el campesino lo que hace es reducir la sopa, sacar al hijo de la escuela, hacerse peluquear de la señora, una serie de estrategias de resistencia, para no arruinarse, pero así sean dolorosas son también eficaces, porque lo cierto es que siguen aferrados a la tierra y logran sobrevivir. Mientras que el empresario en muchas circunstancias no logra conseguir jornaleros a esos precios ni sus rentabilidades son suficientes y termina retirándose.
Entonces hay una estrategia dañina para desalojar a los campesinos de la tierra, que en el caso de Colombia es una estrategia de desalojo mediante la violencia, la más bárbara de las medidas extraeconómicas. Señor campesino, se va o lo fusilo y se acabó el cuento. Esta es una manera de competir en la competencia global y local. Pero hay otra que ha venido apareciendo en Colombia no de buena fe (no sé cómo sea la historia de Ecuador), que es la de hacerle una serie de exigencias técnicas al campesinado que ni este ni el pequeño empresario puede cumplir. En Colombia ya hemos dado una lucha grande, en buena medida dirigida por la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, y yo la he venido haciendo desde el Congreso. Son varios problemas, por ejemplo, el de exigirles a los mataderos de carne de res normas sanitarias que no pueden cumplir y el que no las cumpla queda sancionado con el cierre. Es la forma de abrirles el camino a las importaciones. Cuál es el propósito. Concentrar en unos pocos mataderos todo el sacrificio del ganado y terminar sacando regiones enteras de la actividad ganadera, porque transportar una res cien o más kilómetros para sacrificarla trae consigo una serie de implicaciones. Salen también los pequeños carniceros, los matarifes, no sé cómo llaman aquí a los que expenden la carne, porque el fenómeno es comercializar a través de los hipermercados y las los almacenes de grandes superficies. Ya van cerrados casi 400 mataderos en Colombia en lo corrido de este año. Sucede lo que le dijimos al ministro, porque él nos dijo que no, que esta era una medida para tecnificar los mataderos y yo le dije, no, señor, es una medida para cerrarlos. Y es lo que está sucediendo. Hace tres meses iban 352. Creo que debemos ir en 400.
La segunda medida afecta a los paneleros, una producción que también hay en Ecuador. La fabricación de la panela es una de esas primeras agroindustrias, en nuestro caso hecho por campesinos e indígenas muy pobres y en unas condiciones dificilísimas. Y les están exigiendo una serie de normas que no pueden cumplir, lo mismo que a los mataderos. Este es el ejemplo clásico de una norma calculada para arruinarlos: agua potable en el trapiche –llamado donde se fabrica la panela–, como también agua potable en el matadero. Me decía un alcalde, senador, si no tenemos agua potable en el hospital, ¿vamos a tener agua potable en el matadero? Los campesinos no tienen agua potable para el tetero de los hijos, ¿sí van a tener agua potable para la fabricación de panela?
Otra medida. Prohibición del comercio de la leche cruda. No sé como sea aquí. En Colombia, cerca del 30% de la leche no es comercializada por las pasteurizadoras, sino que se comercializa bajo la forma de leche cruda, que hay que hervir antes de tomarla, como los colombianos sabemos. Debía quedar prohibida el 26 de agosto, pero le paramos al ministro diez mil campesinos en la puerta del Ministerio de Agricultura y logramos aplazar la medida. Pero ahí sigue planteada.
Y la última es exigirle a un campesino para sacrificar un pollo o una gallina en su finca el cumplimiento de cuarenta y ocho páginas de normas sanitarias en letras pequeñitas, idénticas a las exigencias que se le hace a un empresario que sacrifica 20 ó 30 millones de aves al año. Es una norma fríamente calculada para sacar a los campesinos (y a los empresarios menores) de lo que allá llamamos el negocio de la gallina campesina, y estamos hablando de 40 millones de aves campesinas. La ofensiva no puede ser casual. No puede suceder de un día para otro como una casualidad, porque ellos saben bien que esas normas no se pueden cumplir. En lo de los mataderos nos tienen derrotados. En lo de la panela los tenemos parados, porque no han podido impulsar la medida con toda la fuerza. En lo de la leche tenemos aplazada la medida y en lo de las aves estamos en plena pelea. Así están las cosas.´
Llama mucho la atención que todas estas normas no se aprueban con los criterios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sino en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Me preocupa, por lo que alcancé a leer, que en dos o tres sitios de la ley que aquí se está tramitando se señala algo parecido a asumir los acuerdos internacionales y las normas internacionales. En esto hay que ser muy cuidadoso. Bogotá queda en un departamento que se llama Cundinamarca. En los debates en el Congreso yo le decía al ministro Arias, de Agricultura: ministro, es que no estamos en Dinamarca, sino en Cundinamarca, porque no nos pueden venir a exigir normas como las que están vigentes en Dinamarca o Francia. Pero además, en los estudios que hemos hecho hemos descubierto que no es verdad que en esos países se apliquen estas normas. En Francia, por ejemplo no pudieron derrotar la producción de quesos fabricados con leche cruda. Incluso en esos países hay una resistencia, porque las normas sanitarias se volvieron el camino para excluir a los pequeños propietarios.
La inocuidad de los alimentos
Termino con una última reflexión y me excusan si me alargué un poco. Cuando uno se mete en estas batallas sobre las normas sanitarias, lo debe meditar mucho, y les digo con franqueza que duré más de un año pensando en si daba esta pelea. No es fácil, porque cuando se pone el pecho en la controversia, parece que se quedara como amigo de la mugre, de los microbios, de las bacterias, de que los niños se mueran por diarrea y empieza a ser visto como un monstruo. Y del otro lado, el ministro y los tecnócratas empiezan a quedar del lado de la asepsia y la limpieza, el mundo donde nadie se muere. El ministro de Agricultura decía: y qué leche va a tomar mi hija que acaba de nacer. Debiera habérsela llevado a Miami a que le den leche allá. Semanas duré estudiando el caso.
Es una falacia. Miren qué sucede en Colombia. Inocuidad de alimentos sin redes de frío, sin neveras en las casas, es paja, porque todos sabemos que las bacterias existentes en los alimentos se reproducen más o menos dependiendo de si hay o no bajas temperaturas. Puedo tener la mejor leche del mundo, con pocas bacterias, y si no tengo nevera las bacterias se me reproducen y al otro día me puedo estar tomando una leche peligrosísima. Y en Colombia no tienen frío por lo menos la mitad de las familias.
Y hay malas prácticas higiénicas. No hemos sido educados para tener buenas prácticas higiénicas. La práctica higiénica esa simple de ir al baño y lavarse las manos o antes de entrar a cocinar lavarse las manos, prácticamente nadie las ejecuta en estos países y no se educa en ese sentido.
No hay agua potable. Puedo producir la mejor leche del mundo y si el vaso en el que echo la leche está lavado con agua no potable, me queda la leche contaminada en el mismo instante en que la vierto.
Además, los que dictan las normas desconocen, curiosamente, el poder del fuego, una de estas prácticas milenarias de cuidado sanitario, y estos tipos, que saben tanto, no saben que si yo hiervo la leche, le mato las bacterias y no saben que si se cocina bien una carne disminuye el riesgo en proporciones altísimas. Y no saben que en una panela que salga con unas alas de mariposa, ya ahí técnicamente lo que hay es un material inerte, no un ala de mariposa, porque fue sometida a trescientos grados de temperatura y ya no hace daño. Puede que moleste ver el ala, pero eso no lo mata a uno.
Concluyo diciendo que en este asunto de la inocuidad, y creo que debemos hacer todos los esfuerzos por mejorar la inocuidad de los alimentos, todos los esfuerzos, en uno u otro sentido, con educación, con normas técnicas, pero siempre con un criterio, que no pueden se normas imposibles de cumplir para nuestros productores. A nadie se le pueden imponer normas que no pueda cumplir y que están destinadas a arruinarlo. Deben ser procesos que se toman su tiempo. En Colombia le dieron seis meses a los mataderos para tecnificarse. Si queremos tecnificarnos, hay que ir a plazos de cinco, diez, quince, veinte años. Si llevan quinientos años funcionando así, por qué no pueden seguir funcionando así otros veinte años. Se trata es de no utilizar la inocuidad y las normas sanitarias como un martillo para golpear a los competidores y arruinarlos, sino de que vayamos avanzando en un proceso que en los países europeos y en Estados Unidos se gastó doscientos años. Nosotros tenemos aquí productores que pueden estar como estaban los productores en Europa hace doscientos años. Un arado de madera, de los que hay todavía en Ecuador y en Colombia, es igual al que utilizaron los campesinos romanos hace dos mil años. No pueden llegar a decirle a ese compatriota que tiene que tener en la casa una sala de cirugía para poder matar un pollo. Es una norma carente de sentido, un verdadero despropósito